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La excelencia universitaria

La UCA no solo optó por el cambio social, sino que además decidió constituirse en la mejor universidad posible. El ámbito propio de su quehacer universitario es la cultura, entendida como cultivo de la realidad y, por lo tanto, también como su transformación. Desde esta perspectiva, la cultura tiene un sentido práctico fundamental, en cuanto proviene de la necesidad de actuar para transformar al individuo y la sociedad.

El elemento material de la cultura es el saber estricto sobre la naturaleza y la sociedad. Cultura es promover el saber hacer y el hacer sabio en cada momento histórico. Saber y hacer no son actividades intemporales, sino históricas, lo cual no implica una reducción de ambos, sino un principio para decidir por dónde comenzar las transformaciones. De ahí que el análisis riguroso de la realidad en cada momento sea una exigencia indispensable para orientar el saber y la técnica. Entre más sabiduría y tecnología tenga la UCA, más podrá contribuir a la transformación de la naturaleza y la sociedad salvadoreñas.

La UCA se esfuerza, por lo tanto, por conocer la realidad nacional que debe cultivar para así saber cómo cultivarla. La cultura exige un análisis constante de esa realidad, porque en su plenitud histórica presente es lo que da sentido último a todo lo que se hace y a todo lo que ocurre. En efecto, la cultura trae entre manos la realidad histórica que se está haciendo. En ella se está construyendo el trazado de los caminos del futuro. En este sentido, la cultura no es folclore, aunque este puede expresar aspectos del ser popular. La cultura es vigilancia despierta, tensión hacia el futuro y transformación del presente injusto.

Además de cultivar la realidad nacional, la UCA aspira a coadyuvar a constituir una conciencia colectiva lúcida, es decir, debidamente procesada y convenientemente operativizada. Cultivar la conciencia colectiva no significa caer en el idealismo, porque esta no puede lograrse con independencia de las estructuras sociales y del quehacer cotidiano. El puro hacer no siempre explica la debida conciencia y sin conciencia procesada no hay la debida cultura.

Desde esta perspectiva, la cultura se convierte en lucha ideológica, porque debe buscar de forma activa la constitución de valores nuevos. Pero para ello también debe desenmascarar los actuales, donde con facilidad se descubren instrumentos de dominación al servicio del mejor pagador. Por su propia naturaleza, la cultura puede y debe ser crítica que cuestione la quietud cómoda y tranquilizante. Por eso, pues, es necesario revisar los valores predominantes, destruyéndolos si es menester, y construyendo los nuevos, respondiendo a las necesidades reales de las mayorías populares. La cultura es creadora en cuanto es rompimiento con una cultura pasada fosilizada.

No hay culturas ni conciencias absolutas o sueltas. Siempre son culturas y conciencias de alguien. En cada caso hay que identificar quién es ese alguien. Por eso, la UCA se ha esforzado por cultivar la cultura del pueblo salvadoreño y lo ha hecho desde todos los campos de su actividad. No es tarea fácil porque corre el peligro de no ser ni del pueblo ni para el pueblo, pero esta dificultad no obsta para reconocer en la cultura del pueblo el ámbito e instrumento propio del quehacer universitario.

Fiel a su concepción básica del ser de la universidad, la UCA ha querido que la cultura cultivada en ella no se quede dentro, sino que se ha empeñado en comunicarla al país. De esta manera, la cultura se convierte en acción o, al menos, en principio de acción. Al ser comunicada, la palabra universitaria se vuelve eficaz por su racionalidad y cientificidad. La palabra es eficaz cuando hace lo que dice y, en este sentido, es una palabra poderosa. Entre más efectivo sea el saber universitario, será más poderoso.

Cultura y palabra son inseparables. La palabra es comunicación recibida y comprendida de la cultura reelaborada en la universidad, cuya eficacia se muestra en el orden técnico y analítico. En el primero es más clara, porque basta con demostrar su calidad de forma inapelable. En el segundo, la cosa es más compleja, porque comprende el juicio sobre la realidad y los medios para transformarla. La dificultad proviene de la resistencia que puedan hacer intereses e ideologías. Pero aun así, una universidad reconocida por su objetividad teórica y por su imparcialidad respecto a los intereses de los grupos dominantes y los poderes públicos puede llegar a tener un peso específico importante en una determinada sociedad.

La palabra universitaria es eficaz cuando se hace historia y genera acciones, actitudes y realidades nuevas. El proceso no es necesariamente rápido, porque la historia tiene su propio tiempo. De ahí que la UCA se esfuerce por encarnar históricamente su palabra, lo que le ha acarreado persecución y ataques.

El talante de la actividad de la UCA no puede ser el conformismo o el acomodo fácil, sino la beligerancia. La razón es de por sí beligerante frente a la irracionalidad reinante. En cuanto cultivadora crítica de la razón, la UCA no puede menos que ser y sentirse beligerante. Su beligerancia consiste en denunciar la irracionalidad y en esforzarse por superarla. Ahora bien, no se trata de superar la simple ausencia de razón, lo cual no suscitaría una beligerancia positiva, sino una positiva irracionalidad, que configura la sociedad y la historia y, por su medio, las conductas personales. Si, además de irracionalidad hay positiva injusticia, la beligerancia está todavía más exigida.

Esta beligerancia no es un llamado a la irresponsabilidad ni al recurso o a medios no universitarios. La UCA es beligerante por medio de la eficacia de su cultura y su palabra. La protesta universitaria no necesita dar alaridos ni promover acciones violentas, pero es todo lo contrario a una actitud pasiva y contemplativa. Es activa y esperanzadora, porque quiere luchar por un futuro mejor, que, de antemano, sabe que no le será regalado. Sabe que el conflicto es inevitable con quienes tienen otros puntos de vista y, sobre todo, otros intereses, y que no puede arredrarse ante las presiones y las dificultades.

La UCA se define, por lo tanto, como universidad para el cambio social, entendiendo por tal la transformación estructural de la sociedad. Esto quiere decir que su actividad está dirigida fundamentalmente a la transformación de las estructuras, porque la realidad es estructural y la realidad social lo es más aún. Este enfoque ha tenido singular importancia en la UCA, porque ha orientado y unificado su quehacer universitario.

Al afirmar este principio, niega que su objetivo principal sea la formación de profesionales. La profesionalización es un término equívoco. Implica la necesidad de tecnificación y especialización más o menos científicas para tratar apropiadamente los problemas nacionales, pero también implica la constitución de un grupo social, el cual, como tal, está al servicio de la estructura social dominante. Existen razones éticas claras para sostener que no se puede invertir una proporción notable de los escasos recursos nacionales para favorecer a los pocos que ya son favorecidos de hecho por el sistema social.

La profesionalización, sin embargo, es una necesidad histórica, porque el estudiante acude a la UCA primordialmente para profesionalizarse e instalarse en la sociedad, y porque esta última y el Estado favorecen el establecimiento de universidades para contar con los profesionales necesarios. Por lo tanto, esta necesidad no es intrínsecamente mala, pero sí ambigua. Su ambigüedad radica en el doble sentido de la profesionalización. La UCA debe preparar soluciones técnicas, así como a quienes las puedan aplicar, lo cual, en sí mismo, es bueno y necesario; pero para ser administradas por una sociedad que, por su estructura injusta, impide gravemente la humanización de sus miembros.

Por otro lado, la UCA no puede dejar de lado la dimensión profesionalizante porque se condenaría a sí misma y no por lo que de positivo esta tiene. La fuerza social de la UCA radica en su capacidad para formar profesionales, función imprescindible para cumplir con su misión primaria. La profesionalización permite un lugar donde estudiantes y docentes pueden potenciarse mutuamente, con vistas a la superación personal y objetiva. Así, forma profesionales y se esfuerza por hacerlo bien, porque es una necesidad estructural de la universidad. De hecho, la mayor parte de sus recursos humanos y materiales está dedicada a ello.

La identidad de la UCA viene dada, pues, por las grandes mayorías oprimidas, que constituyen el horizonte de su actividad; por el cultivo de la realidad nacional, que es el campo de su actividad; por la palabra eficaz, su modo de acción; por la beligerancia, su talante; y por la transformación de las estructuras, su objetivo.


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