Boletín de Psicología, No. 22,
219-231 |
© 1986 UCA
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Para uso personal
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Hacia una psicología de la
liberación
Ignacio Martín-Baró
Departamento de Psicología
Universidad Centroamericana
"José Simeón Cañas" (UCA)
San Salvador, El Salvador
El aporte social de la Psicología en Latinoamérica
Desde la perspectiva de conjunto, hay que reconocer que
el aporte de la Psicología, como ciencia y como praxis,
a la historia de los pueblos latinoamericanos es
extremadamente pobre. No han faltado, ciertamente, psicólogos
preocupados por los grandes problemas del subdesarrollo,
dependencia y opresión que agobian a nuestros pueblos;
pero, a la hora de materializarse, en muchos casos esas
preocupaciones se han tenido que canalizar a través de
un compromiso político personal al margen de la Psicología,
cuyos esquemas resultan inoperantes para responder las
necesidades populares.
No me refiero sólo a la Psicología social, cuya crisis
de significación ha sido un tema muy aireado en la última
década; me refiero a la psicología en su conjunto, la
teórica y la aplicada, la individual, la social, la clínica
y la educativa. Mi tesis es que el quehacer de la
Psicología latinoamericana, salvadas algunas excepciones,
no sólo ha mantenido una dependencia servil a la hora de
plantearse problemas y de buscar soluciones, sino que ha
permanecido al margen de los grandes movimientos e
inquietudes de los pueblos latinoamericanos.
Cuando se trata de señalar algún aporte latinoamericano
al acervo de la Psicología universal se suelen mencionar,
entre otros, la «tecnología social» de Jacobo Varela (1971)
o los planteamientos psicoanalíticos de Enrique Pichon-Riviere,
en Argentina. Ambos trabajos merecen todo nuestro respeto
y no seré yo quien los minimice. Sin embargo, es
significativo que la obra de Varela fuera publicada
originalmente en inglés y que se inscriba en en la línea
de los estudios norteamericanos sobre actitudes, como si
para aportar algo universal un latinoamericano tuviera
que abdicar de su origen o de su identidad. Respecto a
los trabajos de Pichon-Riviere es triste afirmar que
todavía son insuficientemente conocidos fuera de
Argentina.
Posiblemente los aportes latinoamericanos de más
enjundia e impacto social puedan encontrarse allá donde
la Psicología se ha dado de la mano con otras áreas de
las ciencias sociales. El caso más significativo me
parece constituirlo, sin duda alguna, el método de la
alfabetización conscientizadora de Paulo Freire (1970,
1971), surgido de la fecundación entre educación y
psicología, Filosofía y Sociología. El concepto ya
consagrado de conscientización articula la dimensión
psicológica de la conciencia personal con su dimensión
social y política, y pone de manifiesto la dialéctica
histórica entre entre el saber y el hacer, el
crecimeinto individual y la organización comunitaria, la
liberación personal y la transformación social. Pero,
sobre todo, la conscientización constituye una respuesta
histórica a la carencia de palabra personal y social, de
los pueblos latinoamericanos, no sólo imposibilitados
para leer y escribir el alfabeto, sino sobre todo para
leerse a sí mismos y para escribir su propia historia.
Lamentablemente tan significativo como el aporte de
Freire resulta la poca importancia que se concede al
estudio crítico de su obra, sobre todo si se compara con
el esfuerzo y tiempo dedicados en nuestros programas a
aportes tan triviales como algunas de las llamadas «teorías
del aprendizaje» o a algunos modelos cognoscitivos, hoy
tan en boga.
La precariedad del aporte de la Psicología
latinoamericana se aprecia mejor cuando se lo compara con
el de otras ramas del quehacer intelectual. Así, por
ejemplo, la teoría de la dependencia ha sido un esfuerzo
original de la Sociología de Latinoamérica por dar razón
de ser de la sitación de subdesarrollo de nuestros países
sin recurrir a explicaciones derogatorias de la cultura
latinoamericana ligadas a la concepcción de la «ética
protestante». Es bien conocido, también, el rico aporte
de nuestra novelística; para nuestro rubor, no resulta
exagerado afirmar que se aprende bastante más sobre la
Psicología de nuestros pueblos leyendo una novela de
García Márquez o de Vargas Llosa que nuestros trabajos
técnicos sobre el carácter y la personalidad. Y
ciertamente, la teología de la liberación ha sido capaz
de reflejar y estimular al mismo tiempo las recientes
luchas históricas de las masas marginales con mucha más
fuerza que nuestros análisis y recetas psicológicas
sobre la modernización o el cambio social.
A diferencia de la cultura sajona, la cultura latina
tiende a conceder un importante papel a las características
de las personas y a las relaciones interpersonales. En un
país como El Salvador, el presidente de la República se
constituye en el referente inmediato de casi todos los
problemas, desde los más grandes hasta los más pequeños,
y a él se le atribuye la responsabilidad de resolución,
lo que lleva a acudir al presidente lo mismo para
reclamarle sobre la guerra que sobre un pleito de vecinos,
para estimular la reactivación económica del país que
para cancelar un indiscreto prostíbulo situado junto a
la escuela (Martín-Baró, 1973). En este contexto
cultural que tiende a personalizar y aun psicologizar
todos los procesos, la Psicología tiene un vasto campo
de influjo. Y, sin embargo, en vez de contribuir a
desmontar ese senido común de nuestras culturas que
oculta y justifica intereses dominantes transmutándolos
en rasgos de carácter, la Psicología ha abonado ?por
acción o por omisión? el psicologismo imperante.
Incluso en el caso de la alfabetización conscientizadora
de Freire se ha llegado a recuperar para el sistema sus
principales categorías despojándolas de su esencial
dimensión política y convirtiéndolas en categorías
puramente psicológicas. Actualmente con la creciente
subjetivización de los enfoques predominates, la
Psicología sigue alimentando el psicologismo cultural
ofreciéndose como una verdadera « ideología de
recambio» (Deleule, 1972). En nuestro caso, el
psicologismo ha servido para fortalecer, directa o
indirectamente, las estructuras opresivas al desviar la
atención de ellas hacia los factores individuales y
subjetivos.
No se trata aquí de establecer un balance de la Psicología
latinoamericana, entre otras cosas porque está todavía
por hacer una historia que trascienda la organización más
o menos parcial de datos (ver, por ejemplo, Ardila, 1982,
1986; Díaz-Guerrero, 1984; Whitford, 1985). De lo que se
trata es de preguntarnos si con el bagaje psicológico
que disponemos podemos decir y, sobre todo, hacer algo
que contribuya significativa a dar respuesta a los
problemas cruciales de nuestros pueblos. Porque en
nuestro caso más que en ningún otro tiene validez
aquello que de que la preocuapción del científico
social no debe cifrarse tanto en explicar el mundo cuanto
en transformalo.
La esclavitud
de la psicología Latinoamericana
Una de las justificaciones que se puede dar a la pobreza
del aporte histórico de la Psicología latinoamericana
estriba en su relativa juventud. Como confirmación de
este punto de vista se apunta a las propuestas originales
que empiezan a surgir un poco por todas parte (Psicología,
1985). El argumento es válido, aunque insuficiente, y se
vuelve peligroso si en él nos escudáramos para no
revisar las deficiencias que nos han llevado (y, en
muchos casos, nos siguen llevando) a la marginalidad
científica y a la inoperancia social.
En mi opinón, la miseria de la Psicología
latinoamericana hunde sus raíces en una historia de
dependencia colonial que no coincide con la historia de
la colonia iberoamericana, sino con el neocolonialismo
del «garrote y la zanahoria» que se nos ha impuesto
desde hace un siglo. El «garrotazo cultural» que
diariamente reciben nuestros pueblos con frecuencia
encuentra en la Psicología un instrumento más entre
otros para moldear las mentes y un valioso aliado para
tranquilizar conciencias al explicar las indudables
ventajas de la zanahoria modernista y tecnológica.
Podemos sintetizar en tres las principales causas de la
miseria histórica de la Psicología latinoamericana, las
tres relacionadas entre sí: su mimetismos cientista, su
carencia de una epistemología adecuada y su dogmatismo
provinciano. Examinemos por separado cada una de ellas.
Mimetismo cientista
A la Psicología latinoamericana le ha ocurrido algo
parecido a lo que le ocurrió a la psicología
nortemaricana a comienzos de siglo: su deseo de adquirir
un reconocimiento científico y un status social les ha
hecho dar un serio traspiés. La psicología
norteamericana volvió su mirada a las ciencias naturales
a fin de adquirir un método y unos conceptos que la
consagraran como científica mientras negociaba su aporte
a las necesidades del poder establecido a fin de recibir
un puesto y un rango sociales. La Psicología
latinoamericana lo que hizo fue volver su mirada al big
brother, quien ya era respetado científica y socialmente,
y a él pidió prestado su bagaje conceptual, metodológico
y práctico, a la espera de poder negociar con las
instancias sociales de cada país un status social
equivalente al adquirido por los norteamericanos.
Es discutible si la profesión del psicólogo ha logrado
ya en los países latinoamericanos el reconocimiento
social que buscaba; lo que sí es claro es que la casi
totalidad de sus esquemas teóricos y prácticos ha sido
importada de los Estados Unidos. Así, los enfoques
psicoanalíticos u organicistas que imperaron en un
primer momento debido a la dependencia de la Psicología
respecto a las escuelas psiquiátricas, sucedió una
oleada de conductismo a ultranza e individualismo metodológico.
Hoy muchos psicólogos latinoamericanos han descartado el
conductismo y se han afiliado a una u otra forma de
Psicología cognoscitiva, no tanto por haber sometido a
crítica los esquemas psicoanalíticos o conductistas
cuanto porque ése es el enfoque de moda en los centros
académicos norteamericanos.
El problema no radica tanto en las virtudes o defectos
que pueden tener el conductismo o las teorías
cognoscitivas cuanto en el mimetismo que nos lleva a
aceptar los sucesivos modelos vigentes en los Estados
Unidos, como si el aprendiz se volviera médico al
colgarse del cuello el estetoscopio o como si el niño se
hiciera adulto por el hecho de ponerse las ropas de papá.
La aceptación acrítica de las teorías y modelos es
precisamente la negación de los fundamentos de la misma
ciencia. Y la importación ahistórica de esquemas
conduce a la ideologización de los planteamientos cuyo
sentido y validez, como nos lo recuerda la sociología
del conocimiento, remiten a unas cirscunstancias sociales
y a unos cuestionamientos concretos.
Carencia de una epistemología adecuada
Los modelos dominates en la Psicología se fundan en una
serie de presupuestos que sólo rara vez se discuten y a
los que todavía con menos frecuencia se proponen
alternativas. Mencionaré cinco de esos presupuestos que,
en mi opinión, han lastrado las posibilidades de de la
Psicología latinoamericana: el positivismo, el
individualismo, el hedonismo, la vidión homeostática y
el ahistoricismo.
El positivismo, como lo indica su nombre, es aquella
concepción de la ciencia que considera que el
conocimiento debe limitarse a los datos positivos, a los
hechos y a sus relaciones empíricamente verificables,
descartando todo lo que pueda ser caracterizado como
metafísica. De ahí que el positivismo subraye el cómo
de los fenómenos, pero tienda a dejar de lado el qué,
el por qué y el para qué. Esto, obviamente, supone un
parcialización de la existencia humana que le ciega a
sus significados más importantes. Nada de extrañar,
entonces, que el positivismo se sienta tan a gusto en el
laboratorio, donde puede «controlar» todas las
variables, y termine reduciéndose al examen de
verdaderas trivialidades, que poco o nada dicen de los
problemas de cada día.
Con todo, el problema más grave del positivismo radica
precisamente en su esencia, es decir, en su ceguera de
principio para la negatividad. El no reconocer más de lo
dado lleva a ignorar aquello que la realidad existente
niega, es decir, aquello que no existe pero que sería
históricamente posible, si se dieran otras condiciones.
Sin duda, un análisis positivista del campesino
salvadoreño puede llevar a la conclusión de que se
trata de una persona machista y fatalista, de manera
semejante a como el estudio de la inteligencia del negro
norteamericano lleva a la conclusión de que su cociente
intelectual se encuentra en promedio una desviación típica
por debajo del cociente intelectual del blanco.
Considerar que la realidad no es más que lo dado, que el
campesino salvadoreño es sin más fatalista o el negro
menos inteligente, constituye una ideologización de la
realidad que termina consagrando como natural el orden
existente. Obviamente, desde una perspectiva así, magro
es el horizonte que se nos dibuaja a los latinoamericanos,
y pobre el futuro que la Psicología nos pueda ofrecer.
Resulta paradójico que este positivismo se combine, en
la investigación psicológica, con un idealismo metodológico.
Pues idealista es el esquema que antepone el marco teórico
al análisis de la realidad, y que no da más pasos que
la exploración de los hechos que aquellos que le indican
la fromulación de sus hipótesis. Siendo así que las
teorías de las que se suele arrancar han surgido frente
a situaciones positivas muy distintas a las nuestras,
este idealismo puede terminar no sólo cegándonos a la
negatividad de nuestras condiciones humanas, sino incluso
a su misma positividad, es decir, a lo que de hecho son.
El segundo presupuesto de la Psicología dominante lo
constituye el individualismo, mediante el cual se asume
al sujeto último de la Psicología es el individuo como
entidad de sentido en sí misma. El problema con el
individualismo radica en su insistencia por ver en el
individuo lo que a menudo no se encuentra sino en la
colectividad, o por remitir a la individualidad lo que sólo
se produce en la dialéctica de las relaciones
interpersonales. De esta manera el individualismo termina
reforzando las estructuras existentes al ignorar la
realidad de las estructuras sociales y reducir los
problemas estructurales a problemas personales.
Del hedonismo imperante en Psicología se ha hablado
bastante, aunque quizá no se ha subrayado lo suficiente
cuán incrustado está hasta en los modelos más
divergentes en su uso. Tan hedonista es el psicoanálisis
como el conductismo, la reflexología como la Gestalt.
Ahora bien, yo me pregunto si con el hedonismo se puede
entender adecuadamente el comportamiento solidario de un
grupo de refugiados salvadoreños que, nada más saber
del reciente terremoto que devastó el centro de San
Salvador, echaron mano de toda su reserva de alimentos y
las enviaron a las víctimas de la zona más golpeada. El
pretender que detrás de todo comportamiento hay siempre
y por principio una búsqueda de placer o satisfacción,
¿no es cegarnos a una forma distinta del ser humano o,
por lo menos, a una faceta distinta del ser humano, pero
tan real como la otra? Integrar como presupuesto el
hedonismo en nuestro marco teórico, ¿no es de hecho una
concesión al principio de lucro fundante del sistema
capitalista y, por lo tanto, una transposición a la
naturaleza del ser humano de lo que caracteriza al
funcionamiento de un determinado sistema socio-económico?
(Martín-Baró, 1983a).
La visión homeostática nos lleva a recelar de todo lo
que es cambio y desequilibrio, a valorar como malo todo
aquello que representa ruptura, conflicto y crisis. Desde
esta perspectiva, más o menos, implícita, resulta difícil
que los desequilibrios inherentes a las luchas sociales
no sean interpretados como trastornos personales (¿no
hablamos de personas desequilibradas?) y los conflictos
generados por el rechazo al ordenamiento social no sean
considerados patológicos.
El último presupuesto que quiero mencionar de la
Psicología dominante es quiza el más grave: su
ahistoricismo. El cientismo dominante nos lleva a
considerar que la naturaleza humana es universal, y por
lo tanto, que no hay diferencias de fondo entre el
estudiante del MIT y el campesino nicaragüense, entre
John Smith, de Peoria (Illinois, Estados Unidos), y
Leonor González, de Cuisnahuat (El Salvador). Así,
aceptamos la escala de necesidades de Maslow como una
jerarquía universal o asumimos que el Stanford-Binet
apenas tiene que ser adaptado y tipificado para medir la
inteligencia de nuestras poblaciones. Sin embargo, una
concepción del ser humano que pone su universalidad en
su historicidad, es decir, en ser una naturaleza histórica,
acepta que tanto las necesidades como la inteligencia son
en buena medida una construcción social y, por lo tanto,
que asumir dichos modelos presuntamente transculturales y
transhistóricos, elaborados en circunstancias distintas
a las nuestras, puede llevarnos a una grave distorsión
de lo que en realidad son nuestros pueblos.
Falsos dilemas
La dependencia de la Psicología latinoamericana le ha
llevado a debatirse en falsos dilemas. Falsos no tanto
porque no representen dilemas teóricos sobre el papel,
cuanto porque no responden a los interrogantes de nuestra
realidad. Tres dilemas característicos, que todavía en
algunas partes levantan ampollas, son: Psicología científica
frente a Psicología «con alma»; Psicología humanista
frente a Psicología materialista, y Psicología
reaccionaria frente a Psicología progresista.
El primer dilema, quizá ya el más superado en los
centros académicos, llevaba a ver una oposición entre
los planteamientos de la Psicología y una Antropología
cristiana. La «Psicología de las ratas» era
contrapuesta a una «Psicología con alma», mientras
psicólogos y sacerdotes peleaban por un mismo rol frente
a los sectores medios o burgueses de la sociedad.
Ciertamente, el dogmatismo de muchos clérigos les
llevaba a recelar un peligro contra la fe religiosa en la
teorías psicológicas y a ver sus explicaciones como una
negación de lo trascendente del ser humano. Pero tampoco
los psicólogos latinoamericanos, con sus esquemas Made
in USA, supieron eludir el dilema, quizá porque les
faltaba una adecuada comprensión tanto de sus propios
esquemas como sobre todo de lo que suponían los
planteamientos religiosos.
Un segundo dilema, más vigente que el anterior, es el
que opone una Psicología humanista a una Psicología
materialista o deshumanizada. En lo personal, este dilema
me desconcierta, porque creo que una teoría o un modelo
psicológico serán valiosos o no, tendrán o no tendrán
utilidad para el trabajo práctico y, en todo caso,
acertarán más o menos, mejor o peor, como teoría o
modelos psicológicos. Pero no logro ver en qué respecto
Carl R. Rogers sea más humanista que Sigmud Freud o
Abraham Maslow más que Henri Wallon. Más bien creo que
si Freud logra una mejor compresión del ser humano que
Rogers, o Wallon o que Maslow, sus teorías propiciarán
un quehacer psicológico más adecuado, y, en
consecuencia, harán un mejor aporte para la humanización
de las personas.
El tercer dilema es el de una Psicología reaccionaria
frente a una Psicología progresista. El dilema, una vez
más, es válido, aunque se suele plantear
inadecuadamente. Una Psicología reaccionaria es aquella
cuya aplicación lleva al afianzamiento de un orden
social injusto; una Psicología progresista es aquella
que ayuda a los pueblos a progresar, a encontrar el
camino de su realización histórica, personal y
colectiva. Ahora bien, una teoría psicológica no es
reaccionaria sin más por el hecho de venir de los
Estados Unidos, como el que tenga su origen en la Unión
Soviética no le convierte automáticamente en
progresista o revolucionaria. Lo que hace reaccionaria o
progresista a una teoría no es tanto su lugar de origen
cuanto su capacidad para explicar u ocultar la realidad y,
sobre todo, para reforzar y transformar el orden social.
Lamentablemente existe bastante confusión al respecto, y
conozco centros de estudios o profesores que aceptan la
reflexología debido a la nacionalidad de Pavlov o a que
están más atentos a la ortodoxia política que a la
verificación histórica de sus planteamientos.
Estos tres dilemas denotan una falta de independencia
para plantear los problemas más acuciantes de los
pueblos latinoamericanos, para utilizar con total
libertad aquellas teorías o modelos que la praxis
muestre ser más válidos y útiles, o para elaborar
nuevos. Tras los dilemas se esconden posturas dogmáticas,
más propias de un espíritu de dependencia provinciana
que de un compromiso científico por encontrar y sobre
todo de hacer la verdad de nuestros pueblos
latinoamericanos.
Hacia una psicología
de la liberación
Desde las reflexiones anteriores se sigue claramente una
conclusión: si queremos que la Psicología realice algún
aporte significativo a la historia de nuestros pueblos,
si como psicólogos queremos contribuir al desarrollo de
los países latinoamericanos, necesitamos replantearnos
nuestro bagaje teórico y práctico, pero replanteárnoslo
desde la vida de nuestros propios pueblos, desde sus
sufrimientos, sus aspiraciones y luchas. Si se me permite
formular esta propuesta en términos latinoamericanos,
hay que afirmar que si pretendemos que la Psicología
contribuya a la liberación de nuestros pueblos, tenemos
que elaborar una Psicología de la liberación. Pero
elaborar una psicología de la liberación no es una
tarea simplemente teórica, sino primero y
fundamentalmente práctica. Por eso, si la Psicología
latinoamericana quiere lanzarse por el camino de la
liberación tiene que romper con su propia esclavitud. En
otras palabras, realizar una Psicología de la liberación
exige primero lograr una liberación de la Psicología.
Preguntaba yo recientemente a uno de los más connotados
teóricos de la liberación cuáles serían, en su opinión,
las tres intuiciones más importantes de esa teología.
Sin dudarlo mucho, mi buen amigo señaló los siguientes
puntos:
1. La afirmación del objeto de la fe cristiana es un
Dios de vida y, por lo tanto, que el cristiano debe
asumir como su primordial tarea religiosa promover la
vida. Desde esta perspectiva cristiana, lo que se opone a
la fe en Dios no es el ateísmo sino la idolatría, es
decir la creencia en falsos dioses, dioses que producen
muerte. La fe cristiana en un Dios de vida debe buscar,
por consiguiente, todas aquellas condiciones históricas
que den vida a los pueblos; y en el caso concreto de los
pueblos latinoamericanos, esta búsqueda de la vida exige
un primer paso de liberación de las estructuras ?sociales,
primero; personales, después? que mantienen una situación
de pecado, es decir, de opresión mortal de las mayorías.
2. La verdad práctica tiene primacía sobre la verdad
teorétical, la ortopraxis sobre la ortodoxia. Para la
teología de la liberación, más que importante que las
afirmaciones son las acciones, y más expresivo de la fe
es el hacer que el decir. Por lo tanto, la verdad de la
fe mostrarse en realizaciones históricas que evidencien
y hagan creíble la existencia de un Dios de vida. En
este contexto adquieren toda su significación las
necesarias mediaciones que hacen posible la liberación
histórica de los pueblos de las estructuras que los
oprimen e impiden su vida y su desarrollo humano.
3. La fe cristiana llama a realizar una opción
preferencial por los pobres. La teología de la liberación
afirma que a Dios hay que buscarlo entre los pobres y
marginados, y con ellos y desde ellos vivir la vida de fe.
La razón para esta opción es múltiple. En primer lugar,
porque ésa fue, en concreto, la opción de Jesús. En
segundo lugar, porque los pobres constituyen la mayoría
de nuestros pueblos. Pero en tercer lugar porque los
pobres ofrecen condiciones objetivas y subjetivas de
apertura al otro y, sobre todo, al radicalmente otro. La
opción por los pobres no se opone al universalismo salvífico,
pero reconoce que la comunidad de los pobres es el lugar
teolólogico por excelencia desde el cual realizar la
tarea salvadora, la construcción del reino de Dios.
Desde la insoiración de la teología de la liberación
podemos podemos proponer tres elementos esenciales para
la construcción de una Psicología de la liberación de
los pueblos latinoamericanos: un nuevo horizonte, una
nueva epistemología y una nueva praxis.
Un nuevo horizonte
La psicología latinoamericana debe descentrar su atención
de sí misma, despreocuparse de su status científico y
social y proponerse un servicio eficaz alas necesidades
de las mayorías populares. Son los problemas reales de
los propios pueblos, no los problemas que preocupan otras
latitudes, los que deben constituir el objeto primordial
de su trabajo. Y, hoy por hoy, el problema más
importante que confrontan las grandes mayorías
latinoamericanas es su situación de miseria opresiva, su
condición de dependencia marginante que les impone una
existencia inhumana y les arrebata la capacidad para
definir su vida. Por tanto, si la necesidad objetiva más
perentoria de las mayoría latinoamericanas la constituye
su liberación histórica de unas estructuras sociales
que les mantienen oprimidas, hacia esa área debe enfocar
su preocupación y su esfuerzo la Psicología.
La psicología ha estado siempre clara sobre la necesidad
de liberación personal, es decir, la exigencia de que
las personas adquieran control sobre su propia existencia
y sean capaces de orientar su vida hacia aquellos
objetivos que se propongan como valiosos, sin que
mecanismos inconscientes o experiencias conscientes les
impidan el logro de sus metas existenciales y de su
felicidad personal. Sin embargo, la Psicología ha estado
por lo general muy poco clara de la íntima relación
entre desalienación personal y desalienación social,
entre control individual y poder colectivo, entre
liberación de cada persona y la liberación de todo un
pueblo. Más aún, con frecuencia la Psicología ha
contribuido a obscurecer la relación entre enajenación
personal y opresión social, como si la patología de las
personas fuera algo ajeno a la historia y a la sociedad o
como si el sentido de los trastornos comportamentales se
agotara en el plano individual (Martín-Baró, 1984).
La Psicología debe trabajar por la liberación de los
pueblos latioinamericanos, un proceso que, como mostró
la alfabetización conscientizadora de Paulo Freire,
entraña una ruptura con las cadenas de la opresión
personal como de las cadenas de la opresión social. La
reciente historia del pueblo salvadoreño prueba que la
superación de su fatalismo existencial, eso que púdica
o ideológicamente algunos psicólogos deciden llamar «control
externo» o «desesperanza aprendida», como si fuera un
problema de orden puramente intraindividual, involucra
una confrontación directa con las fuerzas estructurales
que les mantienen oprimidos, privados de control sobre su
existencia y forzados a prender la sumisión y a no
esperar nada de la vida.
Una nueva epistemología
El objetivo de servir a la necesidad de liberación de
los pueblos latinoamericanos exige una nueva forma de
buscar el conocimiento: la verdad de los pueblos
latinoamericanos no está en su presente de opresión,
sino en su mañana de libertad; la verdad de las mayorías
populares no hay que encontrarla sino hay que hacerla.
Ello supone, por lo menos, dos aspectos: una nueva
perspectiva y una nueva praxis.
La nueva perspectiva tiene que ser desde abajo, desde las
propias mayorías populares oprimidas. ¿Nos hemos
preguntado alguna vez seriamente cómo se ven los
procesos psico-sociales desde la vertiente del dominado
en lugar de verlos desde la vertiente del dominador? ¿Hemos
intentado plantear la Psicología educativa desde el
analfabeto, la Psicología laboral desde el desempleado,
la Psicología clínica desde el marginado? ¿Cómo se
verá la salud mental desde el colono de una hacienda, la
madurez personal desde el habitante del tugurio, la
motivación desde la señora de los mercados? Observen
que se dice «desde» el analfabeto y el desempleado, el
colono y la señora de los mercados, no «para» ellos.
No se trata de que nostros pensemos por ellos, de que les
transmitamos nuestros esquemas o de que les resolvamos
sus problemas; se trata de que pensemos y teoricemos con
ellos y desde ellos. También aquí acertó la intuición
pionera de Paulo Freire, quien planteó la pedagogía «del»
oprimido y no «para» el oprimido; era la misma persona,
la misma comunidad la que debía constituirse en sujeto
de su propia alfabetización conscientizadora, la que debía
aprender en diálogo comunitario con el educador a leer
su realidad y a escribir su palabra histórica. Y así
como la teología de la liberación ha subrayado que sólo
desde el pobre es posible encontrar al Dios de la vida
anunciado por Jesús, una Psicología de la liberación
tiene que aprender que sólo desde el mismo pueblo
oprimido será posible descubrir y construir la verdad
existencial de los pueblos latinoamericanos.
Asumir una nueva perspectiva no supone, obviamente, echar
por la borda todos nuestros conocimientos; lo que supone
es su relativización y revisión crítica desde la
perspectiva de las mayorías populares. Sólo desde ahí
las teorías y modelos mostrarán su validez o su
deficiencia, su utilidad o su inutilidad, su
universalidad o su provincialismo; sólo desde ahí las técnicas
aprendidas mostrarán sus potencialidades liberadoras o
sus semillas de sometimiento.
Una nueva praxis
Todo conocimiento humano está condicionado por los límites
impuestos por la propia realidad. Bajo muchos respectos
la realidad es opaca, y sólo actuando sobre ella, sólo
transformándola, le es posible al ser humano adquirir
noticias de ella. Lo que veamos y cómo lo vemos está
ciertamente condicionado por nuestra perspectiva, por el
lugar desde el que nos asomamos a la historia; pero está
condicionado también por la propia realidad. De ahí que
para adquirir un nuevo conocimiento psicológico no baste
con ubicarnos en la perspectiva del pueblo, es necesario
involucrarnos en una nueva praxis, una actividad
transformadora de la realidad que nos permita conocerla
no sólo en lo que es, sino en lo que no es, y en ello en
la medida intentamos orientarla hacia lo que debe ser.
Como dice Fals Borda (1985, p. 130) hablando de la
investigación participativa, sólo al participar se
produce «el rompimiento voluntario y vivencial de la
relación asimétrica de sumisión y dependencia, implícita
en el binomio sujeto/objeto».
Por lo general, el psicólogo ha intentado insertarse en
los procesos sociales desde las instancias de control. La
pretendida asepsia científica ha sido, en la práctica,
un aceptar la perspectiva de quien tiene el poder y un
actuar desde quien domina. Como psicólogos escolares
hemos trabajado desde la dirección de la escuela, y no
desde la comunidad; como psicólogos del trabajo hemos
seleccionado o entrenado al personal según las
exigencias del propietario o del gerente, no desde los
propios trabajadores o de sus sindicatos; incluso como
psicólogos comunitarios hemos llegado con frecuencia a
las comunidades montados en el carro de nuestros esquemas
y proyectos, de nuestro saber y nuestro dinero. No es fácil
definir cómo insertarnos en los procesos desde el
dominado y no desde el dominador. No es fácil incluso
dejar nuestro papel de superioridad profesional o tecnócrata
y trabajar mano a mano con los grupos populares. Pero si
no nos embarcamos en ese nuevo tipo de praxis, que además
de transformar la realidad nos transforme a nosotros
mismos, difícilmente lograremos desarrollar una Psicología
latinoamericana que contribuya a la liberación de
nuestros pueblos.
El problema de una nueva praxis plantea el problema del
poder y, por lo tanto, el problema de la politización de
la Psicología. Este es un tema para muchos escabroso,
pero no por ello menos importante. Ciertamente, asumir
una perspectiva, involucrarse en una praxis popular, es
tomar partido. Se presupone que al tomar partido se
abdica de la objetividad científica, confundiendo de
este modo la parcialidad con la obejtividad. El que un
conocimiento sea parcial no quiere decir que sea
subjetivo; la parcialidad puede ser consecuencia de unos
intereses, más o menos conscientes, pero puede ser también
de una opción ética. Y mientras todos estemos
condicionados por nuestros intereses de clase que
parcializan nuestro conocimiento, no todos realizan una
opción ética consciente que asuma una parcialización
coherente con los propios valores. Frente a la tortura o
el asesinato, por ejemplo, hay que tomar partido, lo cual
no quiere decir que no se pueda lograr la objetividad en
la comprensión del acto criminal y de su autor,
torturador o asesino. De no ser así, fácilmente
condenaremos como asesinato la muerte causada por el
guerrillero, pero condonaremos y aun exaltaremos como
acto de heroísmo la muerte producida por el soldado o el
policía. Por ello, coincido con Fals Borda (1985) quien
mantiene que el conocimiento práxico que se adquiere
mediante la investigación participativa debe encaminarse
hacia el logro de un poder popular, un poder que permita
a los pueblos volverse protagonistas de su propia
historia y realizar aquellos cambios que hagan a las
sociedades latinoamericanas más justas y humanas.
Tres tareas
urgentes
Son muchas las tareas que se le presentan a la Psicología
latinoamericana de la liberación, tanto teóricas como
prácticas. Presento tres que me parecen de una especial
importancia y urgencia: la recuperación de la memoria
histórica, la desideologización del sentido común y de
la experiencia cotidiana, y la potenciación de las
virtudes populares.
En primer lugar, la recuperación de la memoria histórica.
La difícil lucha por lograr la satisfacción cotidiana
de las necesidades básicas fuerza a las mayorías
populares a permanecer en un permanente presente psicológico,
en un aquí y ahora sin un antes ni después; más aún,
el discurso dominante estructura una realidad
aparentemente natural y ahistórica, que lleva a
aceptarla sin más. Es imposible, así, sacar lecciones
de la experiencia y, lo que es más importante, encontrar
las raíces de la propia identidad, tanto para
interpretar el sentido de lo que actualmente se es como
para vislumbrar posibilidades alternativas sobre lo que
se puede ser. La imagen predominante negativa que el
latinoamericano medio tiene de sí mismo respecto a otros
pueblos (Montero, 1984) denota la interiorización de la
opresión en el propio espíritu, semillero propicio al
fatalismo conformista, tan conveniente para el orden
establecido.
Recuperar la memoria histórica significará «descubrir
selectivamente, mediante la memoria colectiva, elementos
del pasado que fueron eficaces para defender los
intereses de las clases explotadas y que vuelven otra vez
a ser útiles para los objetivos de lucha y
conscientización» (Fals Borda, 1985, p. 139). Se trata
de recuperar no sólo el sentido de la propia identidad,
no sólo el orgullo de pertencer a un pueblo así como de
contar con una tradición y una cultura, sino, sobre todo,
de rescatar aquellos aspectos que sirvieron ayer y que
servirán hoy para la liberación. Por eso, la recuperación
de una memoria histórica va asuponer la reconstrucción
de unos modelos de identificación que, en lugar de
encadenar y enajenar a los pueblos, les abra el horizonte
hacia su liberación y realización.
Es preciso, en segundo lugar, contribuir a desideologizar
la experiencia cotidiana. Sabemos que el conocimiento es
una construcción social. Nuestros países viven
sometidos a la mentira de un discurso dominante que niega,
ignora o disfraza aspectos esenciales de la realidad. El
mismo «garrotazo cultural» que día tras día se
propina a nuestros pueblos a través de los medios de
comunicación masiva constituye un marco de referencia en
el que difícilmente pueda encontrar adecuada formalización
la experiencia cotidiana de la mayoría de las personas,
sobre todo, de los sectores populares. Se va conformando
así un ficticio sentido común, engañoso y alienador, pábulo
para el mantenimiento de las estructuras de explotación
y las actitudes de conformismo. Desideologizar significa
rescatar la experiencia original de los grupos y personas
y devolvérsela como dato objetivo, lo que permitirá
formalizar la conciencia de su propia realidad
verificando la validez del conocimiento adquirido (Martín-Baró,
1985a, 1985b). Esta desideologización debe realizarse,
en lo posible, en un proceso de participación crítica
en la vida de los sectores populares, lo que representa
una cierta ruptura con las formas predominantes de
investigación y análisis.
Finalmente, debemos trabajar por potenciar las virtudes
de nuestros pueblos. Por no referirme más que a mi
propio pueblo, el pueblo de El Salvador, la historia
contemporánea ratifica día tras día su insobornable
solidaridad en el sufrimiento, su capacidad de entrega y
de sacrificio por el bien colectivo, su tremenda fe en la
capacidad humana de transformar el mundo, su esperanza en
un mañana que violentamente se les sigue negando. Estas
virtudes están vivas en las tradiciones populares, en la
religiosidad popular, en aquellas estructuras sociales
que han permitido al pueblo salvadoreño sobrevivir históricamente
en condiciones de inhuma opresión y represión, y que le
permiten hoy en día mantener viva la fe en su destino y
la esperanza en su futuro a pesar de la pavorosa guerra
civil que ya se prolonga por más de seis años.
Monseñor Romero, el asesinado arzobispo de San Salvador,
dijo en una oportunidad refiriéndose a las virtudes del
pueblos salvadoreño: «Con este pueblo, no es difícil
ser buen pastor». ¿Cómo es posible que nosotros, psicólogos
latinoamericanos, no hayamos sido capaces de descubrir
todo ese rico potencial de virtudes de nuestros pueblos y
que, consciente o inconscientemente, volvamos nuestros
ojos a otros países y a otras culturas a la hora de
definir obejtivos e ideales?
Hay una gran tarea por delante si pretendemos que la
Psicología latinoamericana realice un aporte
significativo a la Psicología universal y, sobre todo, a
la historia de nuestros pueblos. A la luz de la situación
actual de opresión y fe, de represión y solidaridad, de
fatalismo y de luchas que caracterizana nuestros pueblos,
esa tarea debe ser la de una Psicología de la liberación.
Pero una Psicología de la liberación requiere una
liberación previa de la Psicología, y esa liberación sólo
llega de la mano con una praxis comprometida con los
sufrimientos y esperanzas de los pueblos latinoamericanos.
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